Saturday, December 29, 2007

Mensaje de Fidel a la Asamblea Nacional

Querido compañero Alarcón:

Te ruego que al iniciar la sesión de la mañana, leas el siguiente mensaje a la Asamblea Nacional.

Un fuerte abrazo

Fidel Castro Ruz

Diciembre 27 de 2007
8 y 40 p.m.

Compañeros de la Asamblea Nacional:

Es muy duro el trabajo de ustedes. Frente a las necesidades acumuladas y crecientes que nuestra sociedad heredó de la neocolonia yanqui el 1 de enero de 1959, muchos soñábamos crear un país con justicia plena e independencia total. En la ardua y desigual lucha, llegó un momento en que nos quedamos solos.

Es legítimo nuestro orgullo cuando estamos próximos a cumplir 50 años del triunfo, porque hemos resistido durante casi medio siglo al imperio más poderoso que se ha creado en la historia. En la Proclama que suscribí el 31 de julio de 2006, ninguno de ustedes vio jamás acto alguno de nepotismo ni usurpación de las funciones del Parlamento. En ese año difícil y a la vez prometedor de la Revolución, la unidad del pueblo, el Partido y el Estado eran requisito esencial para seguir adelante y enfrentar la amenaza declarada de una intervención militar enemiga por parte de Estados Unidos.

En la visita que el pasado 25 de diciembre realizó el compañero Raúl a varios distritos del Municipio que me hizo el honor de postularme como candidato al Parlamento, se percató de que todos los miembros del grupo numeroso de la candidatura de la población que abarcaba el distrito que en el pasado se había hecho famoso por su combatividad, aunque de muy baja escolaridad, eran graduados de alto nivel, lo cual le emocionó profundamente, como él mismo narró a nuestra televisión.

Los cuadros del Partido, el Estado, el Gobierno y las organizaciones de masas se enfrentan a nuevos problemas, en su trato con el pueblo inteligente, observador y culto, que detesta trabas burocráticas y explicaciones mecánicas. En el fondo cada ciudadano libra su propia batalla contra la tendencia innata del ser humano a seguir el instinto de supervivencia, una ley natural que rige la vida.

Todos nacemos signados por ese instinto que la ciencia define como algo elemental. Chocar con él es bueno porque nos lleva a la dialéctica y a la lucha constante y desinteresada; nos hace más martianos y verdaderamente comunistas.

Lo que más ha destacado la Prensa Internacional sobre Cuba en días pasados, fue la frase en que expresé el 17 de este mes en carta al Director de la Mesa Redonda de la televisión cubana, que no soy una persona aferrada al poder. Puedo añadir que lo fui un tiempo por exceso de juventud y escasez de conciencia, cuando sin preceptor alguno iba saliendo de mi ignorancia política y me convertí en socialista utópico. Era una etapa en que creía conocer lo que debía hacerse y deseaba poder hacerlo. ¿Qué me hizo cambiar?: la propia vida, a medida que profundizaba en el pensamiento de Martí y de los clásicos del socialismo. Mientras más luchaba más me identificaba con tales objetivos y mucho antes del triunfo pensaba ya que mi deber era luchar por éstos o morir en el combate.

Por otro lado, nos acechan grandes peligros que amenazan la especie humana. Es algo que se hizo cada vez más evidente para mí desde que por primera vez previne en Río de Janeiro que una especie estaba en riesgo de desaparecer como consecuencia de la destrucción de sus condiciones naturales de vida hace más de 15 años, en junio de 1992. Últimamente, día por día es cada vez mayor el número de los que comprenden este riesgo real. Un libro reciente de Joseph Stiglitz, que fue vicepresidente del Banco Mundial y asesor económico principal del presidente Clinton hasta el año 2001, premio Nobel y Bestseller en Estados Unidos, aporta datos actuales sobre el tema que son irrebatibles. Denuncia que Estados Unidos, país que no suscribió el convenio de Kyoto, es el mayor emisor de gases de invernadero, lanzando cada año al espacio seis mil millones de toneladas de dióxido de carbono que trastornan la atmósfera, sin la cual es imposible la vida. A esto se añade la condición de ser el mayor exportador de gases de efecto invernadero.

Pocas personas conocen estos datos. El propio sistema económico que impuso el derroche insostenible de energía, impide que ese libro de Stiglitz se divulgue: su magnífica edición se limita a unos pocos miles para garantizar las ganancias. Es una exigencia del mercado sin el cual la empresa editora no podría existir.

Hoy se conoce que la vida en la Tierra ha sido protegida por la capa de ozono, ubicada en el anillo exterior entre 15 y 50 kilómetros de altura en la zona conocida como estratosfera, que sirve de escudo al planeta contra las radiaciones solares que pueden ser dañinas. Hay gases de efecto invernadero que tienen más poder de calentamiento que el dióxido de carbono y amplían el agujero de la capa de ozono sobre la Antártida, que cada primavera pierde hasta el 70 por ciento de su volumen, un fenómeno que viene produciéndose progresivamente, causado por el hombre. Para que se tenga una idea clara basta señalar que el carbono promedio per cápita que emite el mundo es de 4.37 toneladas métricas. En el caso de Estados Unidos el promedio es de 20.14, casi cinco veces más. En África es de 1.17, en Asia y Oceanía 2.87.

La capa de ozono, en resumen protege de las radiaciones ultravioletas y calóricas que afectan el sistema inmunológico, la vista, la piel y la vida de los seres humanos. En condiciones extremas, si es destruida por el hombre esa capa, afectaría toda forma de vida en el planeta.

Otros problemas ajenos a nuestra patria o cualquier otra en condiciones similares nos amenazan. Una contrarrevolución victoriosa sería horrible, peor que la tragedia que sufrió Indonesia. Sukarno, derrocado en 1967, fue un líder nacionalista que desde posiciones leales a Indonesia dirigió las guerrillas que lucharon contra los japoneses.

El General Suharto, que lo derrocó, fue entrenado por los ocupantes japoneses. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, Holanda, aliada de Estados Unidos, restableció su dominio sobre aquel lejano, extenso y poblado territorio. Suharto maniobró. Tomó en sus manos las banderas del imperialismo Yanki. Llevó a cabo un atroz genocidio. Hoy se conoce que cumpliendo instrucciones de la CIA, no sólo mató a cientos de miles, sino que encarceló un millón de comunistas y los privó de toda propiedad y derechos a ellos y sus descendientes; amasó una fortuna familiar de 40 mil millones de dólares que al valor actual de esa moneda sería equivalente a cientos de miles de millones, por la entrega de los recursos naturales y el sudor de los indonesios. Occidente pagó. El tejano Lindon Jhonson, sucesor de Kennedy, era el presidente de Estados Unidos.

Las noticias que llegaron hoy sobre lo ocurrido en Pakistán es otro ejemplo de los peligros que amenazan a la especie: el conflicto interno, en un país que posee armas nucleares. Ello es consecuencia de las políticas aventureras y las guerras para apoderarse de los recursos naturales del mundo, desatadas por Estados Unidos.

Ese país, envuelto en un conflicto que no desató, fue amenazado con ser llevado a la edad de piedra.

Las circunstancias especiales que rodean a Pakistán influyeron de inmediato en los precios del petróleo y las acciones de las bolsas de valores. Ningún país o región del mundo puede librarse de las consecuencias. Hay que estar preparados para todo.

Ni un solo día de mi vida dejé de aprender algo.

Martí nos enseñó que "toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz". He dicho y repetido muchas veces aquella verdadera cátedra de ética contenida en sólo 11 palabras.

Los Cinco Héroes cubanos prisioneros del imperio son paradigmas a imitar por las nuevas generaciones.

Afortunadamente las conductas ejemplares siempre se multiplican en la conciencia de los pueblos, mientras exista nuestra especie.

Estoy seguro de que muchos jóvenes cubanos, en su lucha contra el Gigante de las Siete Leguas, harían lo mismo. Todo puede ser comprado con dinero menos el alma de un pueblo que jamás se puso de rodillas.

Leí el discurso breve y concreto elaborado por Raúl, que me envió previamente. Es necesario seguir marchando sin detenerse un minuto. Levantaré mi mano junto a la de ustedes para apoyarlo.

Fidel Castro Ruz
Diciembre 27 de 2007
8 y 35 p.m.

Saturday, December 22, 2007

Mensaje de Fidel a Chávez

Chávez:

Te felicito por la seriedad y profundidad de tus palabras. Hablaste con claridad, precisión y brevedad. Me gustó el tono y la forma en que combinaste los datos escritos con reflexiones oportunas sobre los temas. La prensa internacional está siendo en general objetiva. Todos los cables incluyen aspectos positivos. La agencia AP, que es sin dudas la más utilizada por los medios internacionales de prensa, contiene numerosos puntos planteados por ti y le añade palabras importantes de Raúl.

En síntesis, has estado brillante y no sólo en las palabras iniciales sino también durante la reunión.

Richard tiene allí los cables. Le he pedido que te incluya completo el de la AP para que puedas leerlo antes de que se reinicien las sesiones.

Te ruego felicites de mi parte a todos los participantes que han intervenido por la claridad y sinceridad de sus planteamientos.

Hago extensiva mi fraternal solidaridad con los allí reunidos.

Fidel

Diciembre 21 de 2007

2:20 p.m.

Sunday, December 16, 2007

Muchas felicidades, tu amigo Fidel


En octubre de este año Fidel escribió una carta a Oscar Niemeyer, a propósito del libro que publicaría el gran arquitecto brasileño con el título El ser y la vida. El Comandante en Jefe anticipó entonces una felicitación personal por el centenario de Niemeyer que se conmemora este sábado, 15 de diciembre.

La Habana, 10 de octubre de 2007

«Año 49 de la Revolución»

Querido Niemeyer:

Tus palabras de introducción a "El Ser y la Vida" me recuerdan a Martí cuando escribió "El Ismaelillo" para niños y adolescentes. Te apoyo plenamente en tu ardua batalla por estimular el hábito de leer. Dices que sin la lectura el joven sale de la escuela sin conocer la vida.

Leer es una coraza contra todo tipo de manipulación. Moviliza las conciencias, nuestro principal instrumento de lucha frente al poder devastador de las armas modernas que posee el imperio; desarrolla la mente y fortalece la inteligencia, del mismo modo que caminar fortalece los músculos de las piernas; estimula el sentido crítico y es un antídoto contra los instintos egoístas del ser humano.

Nuestra lucha contra el analfabetismo fue apenas el punto de partida para que no se perdiera ningún talento y para que no existieran seres humanos excluidos de la posibilidad de conquistar por sí mismos la más plena libertad. No le hemos dicho nunca al pueblo cubano "cree" sino "lee".

Sin cultura no hay libertad ni salvación posible. Como te he escrito antes, sólo una mayor conciencia nos mantendrá firmes en nuestra voluntad de luchar por las ideas más justas y por la supervivencia de la especie humana.

Muchas felicidades por tu cumpleaños. Que muchas personas vivan y disfruten como tú más de 100 años.

Tu amigo

Fidel Castro Ruz

Friday, December 14, 2007

Carta del presidente Fidel Castro Ruz a la Mesa Redonda

La Habana, 12 de diciembre de 2007

Querido Randy:

Me emocioné mucho con el extraordinario documental de la realizadora argentina Carolina Silvestre, en el que desmonta una por una las mentiras de la democracia y los derechos humanos del capitalismo desarrollado y globalizado.

Fidel CastroDesde hace días, a partir del referendo venezolano del 2 de diciembre, trataba de recordar, entre los cientos de pronunciamientos emanados de mi tarea revolucionaria, uno de ellos en el que definía concretamente nuestra posición sobre los compromisos internacionales de Cuba.

Pedí copia de varios materiales en los que abordaba el tema. Quiso el azar que uno de los más precisos fuera en la Mesa Redonda. Es bastante reciente, tiene sólo un poco menos de siete años.

Estamos envueltos en un proceso electoral. Considero las ideas el punto de partida de mi vida política. A este material, que te envío textualmente, lo titularía hoy con su línea final: "La historia dirá quién tiene la razón."

Te ruego lo transmitas, de ser posible, mañana jueves.

Lo motivó unas palabras del entonces primer ministro de Canadá, jean Chrétien, en la III Cumbre de las Américas.

Mi declaración en aquel momento podía parecer intrascendente.

La historia dirá quién tiene la razón

Respuesta del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la Mesa RedondaIinformativa del 25 de abril del 2001 a las declaraciones realizadas por el primer ministro de Canadá, Jean Chrétien, durante la III Cumbre de las Américas

Comandante.— Muy bien, ya, ahora paciencia. Tal vez este material sea de interés, si es que tú me das la palabra.

Me parecía que valía la pena dedicar unos minutos a eso.

¿Vas a hablar de la sede?

Randy Alonso.—De la sede de la III Cumbre y las declaraciones que hizo su Primer Ministro... Hubo varias declaraciones del Primer Ministro, hubo declaraciones del Canciller también.

Comandante.—Sí, yo escogí una, porque al que más conozco es al Primer Ministro y es con el que más amistad tengo.

Bueno, para que el pueblo comprenda de qué se trata:

"Quebec (Canadá), 19 de abril (EFE).—El primer ministro canadiense, Jean Chrétien, justificó hoy la exclusión de Cuba de la III Cumbre de las Américas por la falta de gestos del régimen cubano en temas de derechos humanos a pesar de ‘pasar horas tratando de convencer’ a Fidel Castro para que cambiase de política.

"A su llegada al centro de convenciones de Quebec donde se celebrará la Cumbre este fin de semana, Chrétien fue preguntado si había variado su posición sobre la inclusión de Cuba en el proceso de las Cumbres de las Américas, ya que en las anteriores reuniones en Miami y Santiago había solicitado la presencia del régimen de Castro.

"‘No he cambiado de opinión’, respondió Chrétien.

"El Primer Ministro canadiense se mostró seco cuando se le cuestionó si Cuba no estaba presente en Quebec por la negativa de Washington.

"Asimismo, cuando se le presionó para que indicase qué otro país del continente se había opuesto a la participación de Castro en la III Cumbre de las Américas, Chrétien respondió al periodista con ‘pregúnteles a ellos’.

"El Primer Ministro canadiense añadió que había pasado ‘horas y horas tratando de persuadir a Castro’ para que firmase algunas convenciones sobre derechos humanos, pero que no obtuvo ningún gesto del régimen de La Habana.

"‘Pasé horas con él (Fidel Castro) intentando que firmase algunas resoluciones de las Naciones Unidas’, insistió Chrétien."

He meditado mucho sobre este pronunciamiento del señor Chrétien. No tenía necesidad alguna de emitir una valoración pública precipitada e improvisada de aquel encuentro.

He trabajado buscando datos y reconstruyendo con la mayor objetividad posible lo que allí conversamos y la atmósfera en que se llevaron a cabo nuestros intercambios.

Traigo aquí una reflexión escrita, dada la necesidad de precisión por la delicadeza de los temas.

Apenas comenzamos la reunión, de forma casi abrupta, puso sobre la mesa una pequeña lista de nombres evidentemente recién recibida por él. Casi adiviné de qué se trataba. Era lo habitual cada vez que nos visitaba una personalidad política de algún país aliado de Estados Unidos o algún político norteamericano: el Departamento de Estado le entregaba una lista de personas procesadas o sancionadas por actividades contrarrevolucionarias. Las listas siempre iban encabezadas por aquellas que eran de mayor importancia e interés para los servicios de inteligencia o el gobierno de Estados Unidos. Pedía el indulto o la puesta en libertad de los mismos. Era una táctica invariable del gobierno de Estados Unidos para presionar en favor de sus amigos, aprovechando cualquier visita amistosa a Cuba. Como en nuestro país suele ejercerse la mayor tolerancia posible, solo en casos excepcionales las autoridades proceden al arresto y procesamiento de los implicados cuando sus acciones provocadoras son graves y totalmente inadmisibles.

El Primer Ministro canadiense me recuerda que, con motivo de la visita del Papa, un número de sancionados por causas contrarrevolucionarias habían sido indultados y él se había comprometido a solicitar lo mismo para los incluidos en la lista.

Realmente el Papa nunca abordó este tema en la conversación conmigo, y lo había hecho a través de su Secretario de Estado en otra reunión con el Ministro de Relaciones Exteriores.

Sin esperar respuesta, plantea de inmediato que Cuba suscriba el Convenio de Naciones Unidas sobre los Derechos Económicos, Sociales y Culturales, ya que Cuba en esa materia había hecho igual o más que cualquier otro país del mundo. Era sin duda una frase halagüeña y una forma más habilidosa y oportuna de plantear algo.

Recuerdo que, acto seguido, menciona el acuerdo de libre comercio entre Canadá, México y Estados Unidos, y los proyectos de hacerlo con el resto de América Latina, expresando su criterio de que Cuba podía hacer una importante contribución.

Y por último se refiere al tratado contra las minas antipersonales, lamentándose de que Cuba no lo había firmado y solicitando que lo suscribiera. Eran estos los cuatro puntos con los que inició sus conversaciones. Todos parecían muy sencillos; los cuatro, sin embargo, eran sumamente complicados.

Le pregunté si era habitual en los políticos canadienses comenzar por lo más difícil, y le añadí en tono de broma que si no salíamos bien de estas pruebas, habríamos de echar a perder la visita.

Me parece recordar que la reunión duró alrededor de dos horas, en tono cordial y respetuoso pero franco. Debo confesar que usé la mayor parte del tiempo porque era necesario argumentar con determinada profundidad la razón de nuestras posiciones, en especial sobre tres de los puntos.

Imposible repetir aquí cada uno de esos argumentos. Solo una brevísima síntesis, con las respuestas esenciales.

Le dije que yo no debía decidir personalmente y de inmediato, o comprometerme sobre algunas de las cuestiones, ni tampoco crear falsas esperanzas sobre las decisiones que adoptaríamos. Que la muy publicitada cuestión de supuestos presos de conciencia era una vieja historia después de casi 40 años de todo tipo de fechorías y crímenes por parte del gobierno de Estados Unidos contra Cuba. Los enumeré con amplitud y detalles, contrastándolos con la intachable conducta y la ética de nuestra Revolución pese al diluvio de infamias y calumnias vertidas contra Cuba. La hipocresía y doble moral de la política seguida contra ella. Las circunstancias que nos habían obligado a tener personas en prisión. Que solo en Girón habíamos hecho prisioneros a 1 200 invasores, y que la propia Revolución desde los primeros años había ido poniendo en libertad a los que, sirviendo los intereses de una potencia extranjera a lo largo de cuatro décadas, habían tratado de destruirla. Que ahora el tema de los que por esa causa estaban en prisión era constantemente utilizado para presionar a Cuba, el país que sufría la hostilidad y la agresión exterior. Las graves amenazas que todavía afrontábamos, como los actos terroristas organizados y pagados desde Estados Unidos.

En un momento me dijo que su deseo era superar esa situación para que regresáramos a la gran familia. Le dije que nosotros éramos latinoamericanos, y le pregunté si se trataba de que regresáramos a la gran familia o que la gran familia regresara a nosotros. Terminé el punto respondiéndole que él había traído una lista de personas que eran mercenarios al servicio de Estados Unidos y pagados por Estados Unidos, y que en complicidad con Estados Unidos trataban de destruir la Revolución. Que como amigo le debía decir que esa lista era humillante para Cuba. Se esmeró en explicar que esa no era su intención, y que quizás había presentado la lista demasiado temprano.

No todo fue dramático. Hubo bromas e incluso chistes intercalados. Esta parte, referida con cierta extensión, puede dar una idea de la intensidad de la primera hora de conversación.

Con relación a su énfasis en la familia hemisférica, le expresé que me alegraba mucho, pero que yo pensaba también en la familia universal: Europa, Asia y Africa.

Con relación al punto dos, el Convenio de Naciones Unidas sobre los Derechos Económicos, Sociales y Culturales, no vacilé en decirle que nosotros podíamos suscribir todos los artículos excepto dos, el 8 y el 13. Que el primero podría estar muy bien para un país capitalista como Canadá, Estados Unidos y los de América Latina, porque en unos gobernaban los empresarios o los oligarcas y en otros las grandes transnacionales. Allí dividían, fraccionaban y, cuando era posible, corrompían y enajenaban a los trabajadores, que muy poco podían hacer frente al poder político de los patronos. Se trataba de sistemas económicos diferentes al nuestro.

Con relación a ese artículo del Convenio, donde se habla de que cada persona tiene el derecho a fundar sindicatos y afiliarse a los de su elección, con sujeción únicamente a los estatutos de la organización correspondiente, para promover y proteger sus intereses económicos y sociales, en un país socialista como Cuba, donde los trabajadores manuales e intelectuales están todos organizados en sus respectivos sindicatos y sólidamente unidos como clase revolucionaria que comparte el poder con el resto del pueblo, los campesinos, las mujeres, los estudiantes, los vecinos y la ciudadanía en general, tal precepto serviría de arma y de pretexto al imperialismo para tratar de dividir y fragmentar a los trabajadores, crear sindicatos artificiales, y reducir su fuerza e influencia política y social. En Estados Unidos y en muchos países de Europa y otras regiones, la estrategia del imperialismo es dividir, debilitar y corromper al movimiento sindical hasta situarlo en condiciones de indefensión total frente a los patronos. En Cuba el propósito sería fundamentalmente subversivo y desestabilizador, socavar el poder político, mermar la extraordinaria fuerza e influencia de nuestros trabajadores, y erosionar la heroica resistencia del único Estado socialista de Occidente frente a la superpotencia hegemónica.

El otro precepto tampoco podría suscribirse porque abriría las puertas a la privatización de la enseñanza, que en el pasado dio lugar a dolorosas diferencias e irritantes privilegios e injusticias, incluida la discriminación racial que nuestros niños no volverán a conocer jamás. Un país que logró erradicar en solo un año el analfabetismo, alcanzó niveles de nueve grados como promedio, y cuenta con un extraordinario y masivo contingente de profesores y maestros y el más sano y exitoso sistema de educación del mundo, no necesita comprometerse con tal precepto.

A Chrétien le dije que América Latina llevaba casi 200 años tratando de acabar con el analfabetismo y todavía no lo ha hecho.

Chrétien propuso que firmáramos el Convenio e hiciéramos la reserva con relación a los dos artículos. Le respondimos que después se habla de incumplimientos del Convenio y nadie sabe o se acuerda de las reservas con que se suscribió. ¡Con eso no se podía jugar!

Con relación al tratado sobre las minas no hablamos mucho en esa reunión. Le adelanté que no íbamos a firmarlo. Que teníamos incluso una base militar de Estados Unidos en nuestro propio territorio. Que entre el límite de la misma y el resto de nuestro territorio, era el único punto donde estaban instaladas. Que las minas constituían para nosotros un arma defensiva a la que no cometeríamos el error de renunciar; que no poseíamos armas nucleares, bombas o misiles inteligentes, ni otros muchos sofisticados medios que posee Estados Unidos. Que sobre nuestro país se cernía una amenaza real, y por esa razón no pensábamos firmarlo.

Más tarde abordó de nuevo el tema desde un ángulo que yo no habría podido sospechar en ese instante. Al concluir este primer encuentro me afirmó, con evidente satisfacción y sinceridad, que había sido una discusión excelente. La síntesis de lo esencial de lo abordado en nuestra primera reunión puede dar la impresión de que fue áspera. Nada más lejos de la realidad. En todo momento reinó una atmósfera cálida y amistosa.

Me pareció percibir con claridad —aunque no lo dijo, pero sí del conjunto de lo que dijo el señor Chrétien— que ante la presencia de un vecino tan poderoso con el cual comparte 8 644 kilómetros de frontera, experimentaba temor por el futuro de su país. Consciente de las dos fuertes culturas y tradiciones diferentes bien arraigadas, le inquieta el riesgo que para la unidad del Estado significa que cualquier ambición, un error, o una simple sacudida del vecino, deshaga el país. Para ese enorme y rico territorio, poblado por solo 32 millones de habitantes, donde entre otros recursos —como me dijo el propio Chrétien— se encuentra la cuarta parte de las reservas de agua potable del mundo, quizás aún más que para la propia Cuba, Estados Unidos constituye un gran dolor de cabeza.

En lo que tal vez fue el momento más interesante de la conversación, y en el que Chrétien expuso su idea más inteligente, capaz de provocar hasta en un interlocutor bastante distante de su ideología un sentimiento de solidaridad, fue cuando contó que él se había opuesto a la idea de un acuerdo de libre comercio únicamente con Estados Unidos. Había que buscar por lo menos un tercero, y apareció México, con el cual en muchas ocasiones compartía posiciones frente a los manejos de Estados Unidos. Que en el 2005 serían 34, y ojalá 35 (evidente alusión a Cuba), para balancear con los Estados Unidos.

En una ocasión me dijo que Canadá era un país muy celoso de su independencia con relación a Estados Unidos, que era de gran importancia mantener su independencia de Estados Unidos, y que su política era mantener relaciones estrechas y amistosas con ese país, pero muy independientes. Me afirmó orgulloso que ya Canadá competía con el valle de Silicona de California, donde se produce toda la alta tecnología.

La segunda reunión con Chrétien y su delegación tiene lugar por la noche. Hubo cena y un más amplio intercambio. En determinada ocasión, al mencionar el plan de atentado contra mí en la Isla de Margarita, organizado por la famosa Fundación, me señaló que a menudo esta era la causa de grandes dificultades, porque cuando ocurrió el incidente de los aviones fue para crear ese problema al gobierno de Estados Unidos que estaba listo para dar un paso positivo con relación a Cuba. Le hablé de la Ley de Ajuste Cubano, sus absurdas e irracionales consecuencias.

Hablamos también de la Ley Helms-Burton. Me dijo que con relación a esa ley Estados Unidos se encontraba aislado. Que él personalmente fue el primero en hacer una declaración cuando se aprobó. Que estando reunido con los Primeros Ministros del Caribe, juntos hicieron la primera declaración contra la Helms-Burton.

En relación con el incidente de los aviones en el año 1996, utilizado como pretexto para aprobar la Ley Helms-Burton, le dije que en The New Yorker del 26 de enero de 1998 estaba la historia casi completa del incidente.

Al preguntarme por el ALCA, le dije que había que tener paciencia, saber qué iba a pasar en América Latina con ese acuerdo de libre comercio, cuáles serían las consecuencias no solo para nuestros países sino también para el resto del mundo, así como las artimañas para imponer un acuerdo multilateral de inversiones, cuestiones que nos preocupaban mucho. Que era necesario estudiar a fondo esas cuestiones. Le hablé sobre aspectos concretos de nuestra economía, medidas adoptadas para enfrentar el período especial; la imposibilidad de prescindir de los aranceles para muchos países de América Latina y el Caribe, algunos de los cuales recibían por esa vía hasta el 80% de los ingresos presupuestarios. Al preguntarle si a Canadá le perjudicaba de alguna forma la integración de Europa y el surgimiento del euro, me respondió que no, que el 82% de su comercio era con Estados Unidos. Tenemos 1 000 millones de dólares diarios de comercio con Estados Unidos, nos dijo.

Por mi parte le dije francamente mi opinión de que a los países de América Latina les convendría el éxito de la integración Europea y que Europa compita con los Estados Unidos por los mercados e inversiones en América Latina. Es mejor que haya dos, tres, cuatro potencias económicas fuertes para que la economía mundial no dependa solo de un poderoso país y de una sola moneda.

Conversamos incluso sobre la tecnología canadiense en materia de energía nuclear y la posibilidad de que en el futuro nuestro país pudiera adquirir reactores canadienses, aunque por el momento no era para nosotros la mejor opción ni la más económica para el rápido crecimiento de la generación eléctrica que necesitamos con cierta urgencia.

Le hablé también de los mexicanos que estaban muriendo en la frontera con Estados Unidos, donde ya morían cada año muchos más que los que murieron durante casi 30 años de existencia del Muro de Berlín.

Pocos temas importantes estuvieron ausentes de nuestro intercambio.

En la atmósfera propicia que se había creado y tomando en cuenta la participación de Canadá en los acontecimientos políticos de Haití, ya en proceso de normalización, y su presencia en ese país, le dije que Haití era un vecino cercano y uno de los países más pobres del mundo, con índices terribles de salud, incluido el SIDA, que amenazaban con una catástrofe humana, y le pregunté por qué no dábamos un ejemplo de cooperación y elaborábamos un programa de salud para Haití. Cuba enviaría personal médico y Canadá suministraría los medicamentos y equipos necesarios.

Me preguntó si lo había discutido con el Presidente de Haití. Le respondí que no podía ofrecérselo si no coordinaba primero con el gobierno canadiense, expresándole mi convicción de que aceptarían.

Me habló de su interés especial por un país de lengua francesa, pues una parte importante de la población de Canadá es de esa lengua, y por tanto tenía interés en programas para Haití. Que analizaría la proposición. Le comuniqué que hablaría con el gobierno haitiano.

Al parecer aquella idea le sugirió de inmediato otra. Me dijo acto seguido que tenía una propuesta que hacer sobre un programa conjunto: un programa conjunto con Angola y Mozambique para eliminar las minas antipersonales. Ustedes pueden poner los trabajadores, nosotros el dinero, añadió. Que esos países ya habían firmado el convenio. Se le indicó por nuestra parte que los que podían realizar ese trabajo eran únicamente los militares. Respondió que nosotros los cubanos teníamos el personal experto y ellos suministrarían el dinero para el programa, pues ya tenían aprobado el presupuesto.

Que varios países habían comprometido fondos para la limpieza de los campos minados, entre ellos Japón, Suecia, Noruega, Dinamarca y otros, y como nosotros teníamos expertos pensaba que los cubanos podríamos realizar ese trabajo.

Es incuestionable que no se dio cuenta de cuán hiriente podía ser lo que estaba proponiendo. Una colaboración humanitaria en la que Canadá y otros países ricos ponían el dinero y nosotros los riesgos de mutilación y pérdidas de vidas de nuestros soldados. Tal vez no lo pensó nunca, o no estuviera consciente de lo que nos estaba proponiendo, pero sentí la fuerte impresión de que nos querían alquilar como mercenarios.

Experimenté por breves segundos una sensación de ultraje, recordando el desinteresado espíritu de sacrificio, la historia limpia y noble de un pueblo que se enfrentaba a una intensa guerra económica y al período especial dispuesto a morir por sus ideas. ¿Pretendería alguien valerse de esa situación para tentarnos con misiones de ese tipo?

Tomando en cuenta las características de mi interlocutor, y el tono amable, franco, confiado, e incluso el humor con que —recuerdo— se desarrollaron nuestros intercambios, aún pienso que lo que dijo y la forma en que lo dijo no fue un acto consciente de lo que objetivamente podía interpretarse de sus palabras.

Le expliqué que en Angola era todavía difícil desminar porque estaban las bandas armadas por Estados Unidos y Sudáfrica; que todas esas minas habían sido entregadas por Estados Unidos y la Sudáfrica del apartheid a Savimbi. Que eso podía costar mutilaciones y pérdida de vidas. ¿Cómo justificar ante nuestro pueblo la participación cubana?

Con la mayor ecuanimidad le propuse lo que califiqué de solución razonable: estábamos dispuestos a entrenar todo el personal necesario de Angola, Mozambique o cualquier otro país afectado por problemas de este tipo para realizar esa tarea en sus propios territorios.

Este tema ocupó casi el último tramo de la segunda conversación, aunque continuó durante varios minutos en el mismo tono amistoso y amable.

El desagradable punto había sido abordado por nuestra parte de forma serena y razonable, escuchado y al parecer comprendido y aceptado por la delegación canadiense.

Las bases de dos programas importantes de cooperación con terceros países habían sido acordadas en principio, sobre las cuales se continuaría trabajando.

Observé bien el carácter y la personalidad del Primer Ministro canadiense. Es un hombre de agradable conversación, buen humor, con el que se puede entablar un intercambio interesante sobre variados temas. Se preocupa por determinados problemas del mundo actual y se entusiasma con los proyectos de su preferencia, conoce a muchas personalidades políticas, sabe usar su experiencia y disfruta al contar anécdotas por lo general interesantes y oportunas. Me pareció sinceramente patriótico. Es muy leal a su país y siente orgullo por él. Un creyente fanático del modo capitalista de producción, cual si fuera una religión monoteísta, y de la ingenua idea de que esa es la única solución para todos los países por igual, en cualquier continente, época, clima o región del mundo. En esa filosofía se educó. No estoy seguro de que con ella pueda comprender cabalmente las realidades del mundo de hoy.

Conocí a Trudeau, un estadista excepcional, de gran modestia y humildad, pensamiento profundo y hombre de paz; estoy seguro de que comprendió bien al mundo y comprendió también a Cuba.

Hubo después otras actividades. Asistí a una recepción de Chrétien en el patio de la embajada de Canadá. Estaba alegre, conversador, de buen ánimo. Pronto se reuniría con Clinton. Lo acompañé hasta el aeropuerto. Ya próximo a Boyeros le pedí que transmitiera a Clinton un saludo y que no existían por nuestra parte sentimientos de hostilidad hacia él. Bien medidas las palabras. Más que otra cosa, una cortesía con el visitante. La pagué caro. Tiempo después recibo de Chrétien una carta de puño y letra contándome que había transmitido a Clinton mi deseo de mejores relaciones con él. No era exactamente eso lo que le dije. No es mi estilo; no se concilia con mi actitud durante toda la vida. Podía parecer un ridículo ruego al poderoso Presidente de Estados Unidos. Me puse a escribir también a mano una carta a Chrétien exponiéndole que ese mensaje no era mi mensaje. El asunto resultaba embarazoso. No era fácil conciliar el disgusto con los términos precisos con los cuales debía redactarla, y de cierta forma la aclaración se convertía, a la vez, en una especie de crítica a nuestro amigo. Casi pude lograrlo, pero finalmente abandoné la idea, guardé incluso el proyecto de carta, que tal vez sea posible encontrar en alguna vieja libreta de notas, y me olvidé del asunto hasta hoy. Ni siquiera su delicado gesto de escribirme de su puño y letra pude reciprocar. Posiblemente creyó que yo era un maleducado incorregible.

Pasaron los meses y no había noticia alguna del proyecto haitiano, que por nuestra parte solo esperaba una breve respuesta. Vino el huracán Georges. Asoló a Santo Domingo y golpeó a la vecina Haití, protegida solo por las montañas dominicanas de 3 000 metros, próximas a la frontera de este país, que actuaron como barreras rompevientos, y prosiguió después hacia Cuba.

Cuando todavía soplaban las últimas ráfagas del Georges, al norte del occidente del país, la noche lluviosa del 28 de septiembre, en un discurso que pronuncié en la clausura del V Congreso de los Comités de Defensa de la Revolución, dije:

"Le pregunto a la comunidad internacional: ¿Quieren ayudar a ese país, invadido e intervenido militarmente no hace mucho tiempo? ¿Quieren salvar vidas? ¿Quieren dar una prueba de espíritu humanitario? Hablemos ahora del espíritu humanitario y hablemos de los derechos del ser humano.

" [...] Sabemos cómo se pueden salvar 25 000 vidas en Haití todos los años. Se conoce que cada año mueren 135 niños de 0 a 5 años por cada 1 000 nacidos vivos."

[...]

"Partiendo de la premisa de que el gobierno y el pueblo de Haití aceptarían gustosos una importante y vital ayuda en ese campo, proponemos que si un país como Canadá, que tiene estrechas relaciones con Haití, o un país como Francia, que tiene estrechas relaciones históricas y culturales con Haití, o los países de la Unión Europea, que están integrándose y ya tienen el euro, o Japón, suministrara los medicamentos, nosotros estamos dispuestos a enviar los médicos para ese programa, todos los médicos que hagan falta, aunque haya que enviar una graduación completa o el equivalente."

[...]

"Haití no necesita soldados, no necesita invasiones de soldados; lo que necesita Haití son invasiones de médicos para comenzar, lo que necesita Haití, además, son invasiones de millones de dólares para su desarrollo."

Noviembre de 1998. Han transcurrido siete meses y no hay noticias de Chrétien sobre los temas abordados. Visita a Cuba el ministro de Salud de Canadá, Alan Rock. Me reúno con él. Acababa de recibir en Canadá a la doctora Nkosazana Dlamini-Zuma, ministra de Salud de Sudáfrica. Venía sumamente impresionado por lo que ella le contó sobre el trabajo de los médicos cubanos en las aldeas de Sudáfrica.

Le explico en detalle el programa de cooperación conjunta que proponíamos. Percibí en él a un hombre sensible y capaz, que comprendía las posibilidades y la importancia de tales programas. Le pedí agilizara las gestiones relacionadas con el programa de cooperación conjunta en Haití, y una respuesta de Canadá a lo que había propuesto a su país no solo personalmente a su Primer Ministro sino también públicamente. Se comprometió a presentar un proyecto al Primer Ministro y al Gabinete.

El 4 de diciembre Cuba envía por su propia cuenta la primera brigada de emergencia para asistir a las víctimas del huracán Georges. Continuaron llegando las brigadas médicas en las semanas subsiguientes hasta alcanzar el número de 12 y un total de 388 cooperantes cubanos, y todavía nuestros amigos canadienses no habían dado señales de vida. El programa médico que habíamos propuesto realizar conjuntamente con Canadá estaba en marcha con el esfuerzo de Cuba, del gobierno de Haití y el apoyo de Organizaciones No Gubernamentales.

Ya a fines de febrero el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba informa haber conocido por vía extraoficial que el gobierno de Canadá donaría 300 000 dólares para el programa médico de Haití, noticia que como es lógico nos satisfizo mucho.

El 4 de marzo habían transcurrido más de diez meses sin respuesta oficial de Canadá. Ese día, sin embargo, llegó una verdaderamente sorprendente. El ministro de Relaciones Exteriores de Canadá, señor Lloyd Axworthy, envió una carta al ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Roberto Robaina, que entre otras cosas comunica:

"[...] he sido informado de una ley recientemente aprobada por la Asamblea Nacional cubana, el 16 de febrero de 1999, titulada ‘Ley para la Protección de la Independencia Nacional y la Economía de Cuba’, que está dirigida a contrarrestar el aumento de la delincuencia y las actividades subversivas."

[...]

"He pedido a mis funcionarios que preparen un análisis de las recientes medidas adoptadas por Cuba, incluida la próxima condena de los miembros del Grupo de Trabajo de la Disidencia Interna, con vista a determinar su impacto en la gama de actividades que hemos emprendido a tenor de la Declaración Conjunta bilateral. Hasta tanto no se concluya esta valoración, he solicitado a mis funcionarios que se abstengan de realizar nuevas iniciativas conjuntas. Le escribiré a mis colegas del Gabinete para ponerles al corriente de esta situación para que reflexionen en sus propios programas de cooperación bilateral con Cuba. En el plazo inmediato, he detenido el análisis conjunto por parte de mi departamento, de CIDA (Agencia de Desarrollo Internacional de Canadá) y de Health Canada acerca de la solicitud de Cuba para llevar a vías de hecho la cooperación médica de un tercer país en Haití."

[...]

"Los días venideros serán importantes para analizar si Cuba escogerá la política de acercamiento e integración a la comunidad global o continuará en la dirección incierta de días recientes. Espero que sea usted capaz de brindar una señal que contribuya a aclarar las intenciones de Cuba. En particular, tal señal sería de gran utilidad para garantizar que los recientes acontecimientos no se conviertan en una preocupación infundada en la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra."

¿Casualidad? ¿Pretexto para justificar fuertes presiones de sus vecinos del sur? ¿Insensibilidad total ante la tragedia haitiana? No deseo hacer afirmación alguna. Pero, ¿cómo explicar que transcurrieran diez meses y durante ese tiempo, cuando no habían ocurrido los hechos alegados que motivaron tan drástica decisión y tan insolente carta, no se diera respuesta oficial alguna?

Aun cuando no deseo ofender a nadie, ni siquiera al ilustre autor de la misiva, es imposible dejar de señalar el tono arrogante, prepotente, injerencista y vengativo con que está redactada esa carta.

Lo que a mí personalmente más me amargó no eran las medidas punitivas y amenazas contra Cuba —a esos castigos estamos ya acostumbrados desde hace 42 años—, sino el hecho de que los 300 000 dólares, los cuales ni siquiera sé si eran dólares norteamericanos o canadienses —0,64 centavos de dólar norteamericano en la cotización de ayer 24 de abril del 2001, ya que no he tenido tiempo para revisar a cuánto equivalía el 15 de marzo de aquel año—, no llegarían jamás a los enfermos haitianos. No podía concebir que se nos castigara a costa tal vez de miles de vidas de niños haitianos que habrían podido preservarse, ya que en ese país en ese momento estaban muriendo no menos de 25 000 por año, la mayor parte de cuyas muertes podrían evitarse con simples vacunas que podían adquirirse con aquellos dólares, fuesen norteamericanos o canadienses. Alguien, sin duda, cometió un gran error.

Como algo elementalmente lógico, yo había creído la información extraoficial que me comunicaron del Ministerio de Relaciones Exteriores. Ni siquiera podría afirmar en este instante si fue o no cierto.

Ya no hay nada de qué lamentarse. En Haití laboran hoy 469 médicos y trabajadores de la Salud cubanos. En dos años y cinco meses, hasta el mes de abril, han pasado por allí 861 colaboradores sin cobrar por su servicio un solo centavo al pueblo haitiano. Atienden a 5 072 000 de los 7 803 230 habitantes que tiene el país; el 62% de la población haitiana. Han salvado muchos miles de vidas y aliviado el dolor o restablecido la salud de cientos de miles.

Se inició este año, con la entrega de todas las vacunas por parte de Japón con la participación de la UNICEF, la primera fase de la campaña masiva de vacunación contra ocho enfermedades inmunoprevenibles, donde Cuba asume la ejecución del programa con el personal de salud que se encuentra en ese país, los cuales ascenderán a 600 en el curso del presente año. Conocemos, además, que en el futuro, y con el esfuerzo combinado entre Francia, Japón, Cuba y Haití, se prepara una nueva campaña de vacunación que en cinco años propiciará que ese país sumamente pobre y del Tercer Mundo haya alcanzado un nivel inmunitario de un 95%.

Con la victoria obtenida por Brasil y Sudáfrica contra los precios inaccesibles de los medicamentos contra el SIDA, pienso que no está lejos el día en que los haitianos puedan ser protegidos también contra ese terrible flagelo mediante apoyo de gobiernos dispuestos a cooperar con recursos financieros, las instituciones de Naciones Unidas y Organizaciones No Gubernamentales.

Haití no es el único país con el cual el pueblo cubano está cooperando en programas de salud bajo el mismo principio. Son ya 15. En esos programas colaboran 61 Organizaciones No Gubernamentales con la participación de más de 2 272 trabajadores cubanos de la salud, de ellos 1 775 médicos.

Ya nadie podrá sabotear la cooperación de Cuba con otros países del Tercer Mundo. Hechos y no palabras. Acción rápida y no esperar para las calendas griegas cuando hay seres humanos de países pobres que están muriendo todos los días a todas horas. A la formación de médicos con espíritu de sacrificio, solidarios y abnegados, nuestro pequeño país presta igualmente un especial apoyo. Avanzar es posible, derrotar calamidades y aliviar la tragedia humana que abate a tantos cientos de millones de personas, no son metas inalcanzables.

Hoy agradezco las conversaciones que sostuve con Chrétien. Han servido para probar que las iniciativas son posibles y también las cooperaciones conjuntas con la participación de dos, tres o muchos países. También demuestra que las horas que invertimos tanto él como yo no fueron inútiles, y yo seguí sus consejos trabajando aún con mayor ahínco por los derechos humanos, por salvar vidas, y tratando de desarmar gigantescas minas antipersonales que están poniendo a nuestro mundo al borde de grandes explosiones.

Pequeños ejemplos de lo que cualquier pequeño país puede ofrecer, son hoy más importantes que grandes convenios que los poderosos convierten en letra muerta y grandes actos de demagogia y poses publicitarias en busca de satisfacer vanidades y ambiciones personales.

Estoy seguro de que Trudeau jamás habría dicho que pasó 4 horas dándole consejos a alguien que no los había solicitado, ni buscaría justificaciones para excluir de una reunión cumbre a un país digno, que tampoco ha solicitado nunca su inclusión, para firmar un acuerdo que no habría firmado nunca.

La historia dirá quién tiene la razón.

Monday, December 10, 2007

El Titán de Bronce, Antonio Maceo

Estoy en deuda con él. Ayer se cumplió otro aniversario de su muerte física. Existen más de cuarenta versiones diferentes del hecho, pero todas coinciden en varios detalles de gran interés.

A Maceo lo acompañaba el joven Francisco Gómez Toro, que había arribado a Cuba por el oeste de Pinar del Río con la expedición al mando del general Rius Rivera. Herido anteriormente en un brazo, Panchito viajó con Maceo de una orilla a otra de la entrada de la bahía de Mariel. Con ellos iban 17 aguerridos oficiales de su Estado Mayor, marinos del bote y un solo hombre de su escolta.

Ese día 7, en las proximidades de Punta Brava, en su improvisado campamento, Maceo y sus oficiales escucharon el relato del autor de Crónicas de la Guerra José Miró Argenter, sobre las acciones del combate de Coliseo, donde la columna invasora derrotó a las tropas del general Martínez Campos. Desde hacía varios días Maceo sufría de una fiebre epidémica alta y dolores en todas sus heridas.

Alrededor de las 3 de la tarde se oyeron fuertes disparos a unos 200 metros del campamento ubicado al oeste de la ciudad de La Habana, capital de la colonia española. Maceo se indigna por el sorpresivo ataque, ya que había ordenado la exploración constante, como era habitual en sus expertas tropas. Reclama un corneta para dar órdenes; no estaba disponible en ese instante.

Salta sobre el caballo y se dirige al enemigo. Da órdenes de abrir una brecha en la cerca de alambre que se interponía entre él y los atacantes. Ante la aparente retirada del enemigo, exclama “esto va bien” segundos antes de que una bala le cercenara la carótida.

Panchito Gómez Toro, al conocer la noticia, llega desde el campamento, dispuesto a morir junto al cadáver de Maceo. Intentó suicidarse cuando se vio cercado y a punto de caer prisionero. Antes escribe una brevísima y dramática nota de despedida a su familia. La pequeña daga, única arma que llevaba consigo a falta de revólver, no penetró lo suficiente con la fuerza de la mano disponible. Un soldado enemigo, al ver que alguien se movía entre varios muertos, casi le desprende la cabeza con un tajo de machete por el cuello.

Cunde la desmoralización con la muerte de Maceo en las fuerzas patrióticas, que eran en su mayoría soldados bisoños.

El coronel mambí Juan Delgado, del Regimiento de Santiago de las Vegas, al conocer lo ocurrido salió en busca de Maceo.

El enemigo había tenido en sus manos el cadáver, despojándolo de sus objetos personales sin darse cuenta de que era el de Maceo, conocido y admirado en el mundo por sus hazañas.

La tropa encabezada por Juan Delgado, en gesto valiente, rescató los cuerpos sin vida de El Titán y su joven ayudante, hijo del General en Jefe Máximo Gómez. Los enterraron después de largas horas de marcha en la altura dominante de El Cacahual. Los patriotas cubanos no dijeron entonces una palabra del valioso secreto.

El rostro ceñudo de Martí y la mirada fulminante de Maceo señalan a cada cubano el duro camino del deber y no de qué lado se vive mejor. Sobre estas ideas hay mucho que leer y meditar.

Fidel Castro Ruz

Diciembre 8 de 2007

8:05 p.m.

Tuesday, December 4, 2007

Mensaje de Fidel a Hugo Chavez (1)

Querido Hugo:

Te felicito revolucionariamente por tu discurso en la madrugada de hoy. Fue un veni, vidi, vinci de dignidad y ética.

Fidel Castro Ruz

Diciembre 3 de 2007

10:00 a.m.

Monday, December 3, 2007

Mensaje de Fidel a Hugo Chávez (2)

Querido Hugo:

Trato de ser lo más sintético posible en las reflexiones. Estas van dirigidas al público. Debo tomar en cuenta el espacio que las agencias noticiosas y la prensa internacional dedican a los sucesos que ocurren en el mundo cada 24 horas y el máximo de tiempo que cada persona presta a una idea entre miles de ellas. En su percepción influye, incluso, la velocidad con que un locutor lee en la radio o sigue el teleprompter de la televisión.

La cultura y el nivel de educación de cada país, así como su papel en la posible solución de los graves problemas que agobian al mundo, deben considerarse.

Se explica así que muchas veces escriba algo para informar a nuestro pueblo, que es también tuyo, como te demostró desde el primer contacto público.

Hoy lunes el pueblo cubano está ansioso de noticias sobre el de Venezuela y su líder, su destino y sus riesgos. Por ello, es mi deber recordar la reflexión “Un Pueblo bajo el Fuego”, que contiene argumentos y frases que preveían los acontecimientos. Igualmente expresé un criterio que ratifico: “un magnicidio o una guerra civil en Venezuela, por sus enormes reservas de hidrocarburos, harían estallar la economía mundial globalizada.”

Enviaré copia de este segundo mensaje, después de tu valiente discurso, a la Mesa Redonda de la televisión nacional e internacional de Cuba.

¡Las ideas de Bolívar y Martí vencerán!

Un fuerte abrazo revolucionario,

Fidel Castro Ruz
3 de diciembre de 2007
2:37 p.m.

Friday, November 30, 2007

Un pueblo bajo el fuego

Venezuela, cuyo pueblo heredó de Bolívar ideas que trascienden su época, enfrenta hoy la tiranía mundial mil veces más poderosa que la fuerza colonial de España sumada a la de la República recién nacida de los Estados Unidos, que a través de Monroe proclamó el derecho a la riqueza natural del continente y al sudor de sus pueblos.

Martí denunció el brutal sistema y lo calificó de monstruo, en cuyas entrañas vivió. Su espíritu internacionalista brilló como nunca cuando, en carta inconclusa por su muerte en combate, develó públicamente el objetivo de su incesante batallar: "...ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América..."

No en vano, en un sencillo verso, expresó: "Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar". Más tarde proclamó con frase lapidaria: "Patria es humanidad". El Apóstol de nuestra independencia escribió un día: "Deme Venezuela en qué servirla: ella tiene en mí un hijo".

Los medios más sofisticados desarrollados por la tecnología, utilizados para matar seres humanos y someter a los pueblos o exterminarlos; la siembra masiva de reflejos condicionados en la mente; el consumismo y todos los recursos disponibles, se emplean hoy contra los venezolanos, pretendiendo hacer trizas las ideas de Bolívar y Martí.

El imperio ha creado las condiciones propicias para la violencia y los conflictos internos. Con Chávez hablé muy seriamente en su última visita el pasado 21 de noviembre sobre los riesgos de magnicidio a los que estaba exponiéndose constantemente en vehículos descubiertos. Lo hice a partir de mi experiencia como combatiente entrenado en el uso de la mirilla telescópica y el fusil automático y a la vez, después del triunfo, como blanco de planes de atentados directamente ordenados o inducidos por casi todas las administraciones de los Estados Unidos desde 1959.

El gobierno irresponsable del imperio no se detiene un minuto a pensar que un magnicidio o una guerra civil en Venezuela, por sus enormes reservas de hidrocarburos, harían estallar la economía mundial globalizada. Tales circunstancias no tienen precedente en la historia del hombre.

Cuba, en la fase más dura a que nos condujo la desaparición de la URSS y el recrudecimiento del bloqueo económico de los Estados Unidos, desarrolló estrechos vínculos con el gobierno bolivariano de Venezuela. El intercambio de bienes y servicios, de casi cero, se elevó a más de 7 000 millones de dólares anuales, con grandes beneficios económicos y sociales para ambos pueblos. De allí recibimos en la actualidad el suministro fundamental de combustible que consume el país, muy difícil de adquirir en otras fuentes dada la escasez de crudos ligeros, la insuficiente capacidad de refinación, el poder de Estados Unidos y las guerras que ha desatado para apropiarse de las reservas de petróleo y gas en el mundo.

A los elevados precios de la energía añádanse los de los alimentos, determinados por la política imperial de convertirlos en combustible para los voraces automóviles de Estados Unidos y otros países industrializados.

No bastaría el triunfo del Sí el 2 de diciembre. Las semanas y meses posteriores a esa fecha pueden llegar a ser sumamente duros para muchos pueblos, entre ellos el de Cuba, si es que antes las aventuras del imperio no conducen al planeta a una guerra atómica, como han confesado sus propios jefes.

Nuestros compatriotas pueden estar seguros de que he tenido tiempo para pensar y meditar mucho sobre estos problemas.

Fidel Castro Ruz

Noviembre 29 del 2007

8 y 12 p.m.

Tuesday, November 20, 2007

La factura petrolera y el desarrollo

Chávez lo dijo con toda claridad en Riad: la factura de petróleo y gas de los países en desarrollo alcanza el millón de millones de dólares. Propuso a la OPEP, que estuvo a punto de ser disuelta antes de la llegada al poder del gobierno bolivariano —que la presidió y preservó a lo largo de 8 años—, asumir el papel para el cual fue creado el Fondo Monetario Internacional y nunca cumplió.

El dólar está en caída libre, expresó. Nos pagan con papeles. Podemos y debemos garantizar el combustible tanto a los países desarrollados como a los que luchan por desarrollarse y necesitan importarlo. La OPEP puede dar créditos para el desarrollo con largo periodo de gracia y solo el 1 por ciento de interés anual, de modo que los países pobres paguen con los bienes y servicios que sean capaces de producir. Mencionó la cifra de 5 mil millones de dólares como ayuda al desarrollo que Venezuela presta a los países caribeños que necesitan desesperadamente importar esa esencial materia prima.

Chávez puede añadir un ejemplo ilustrativo que Cuba conoce bien: con lo que cuesta a fines del año 2007 importar un barril, en 1960 se podían adquirir 13,52 toneladas de petróleo ligero, incluido transporte, es decir, casi 50 veces más que ahora. En tales condiciones, un país como la República Bolivariana de Venezuela continuaría siendo un suministrador de combustible, un recurso no renovable, casi regalado a Estados Unidos. La tierra continuaría hundiéndose en algunas cuencas al faltar el subsuelo petrolero.

Comprendo cuánto tiene que romperse la cabeza sacando cuentas y cuán justos y nobles son sus sentimientos de igualdad y justicia para los pueblos de la que Martí llamó nuestra América y Bolívar, en la lucha contra el imperio español, calificó de una sola nación.

En aquella época se mantenía todavía el equilibrio. No existía la diabólica idea imperial de convertir los alimentos en combustible ni los cambios climáticos descubiertos y comprobados por las ciencias.

Fidel Castro Ruz

Noviembre 19 del 2007

4 y 36 p.m.

El diálogo con Chávez

Hice referencia el pasado día 15 de noviembre a una tercera reflexión sobre la Cumbre Iberoamericana; dije textualmente "que por ahora no publico". Me parece, sin embargo, más conveniente hacerlo antes del referéndum del 2 de diciembre.

Señalaba en aquella reflexión, escrita el día 13, lo siguiente:

Ayer nuestra población pudo escuchar a Chávez en el programa de la Mesa Redonda. Lo llamé cuando afirmó que Fidel era un hombre de otro mundo, que el 11 de abril de 2002 habló con él, cuando sus comunicaciones oficiales estaban interceptadas, a través de un teléfono ubicado en la cocina.

Yo estaba reunido el día del golpe con el Presidente del Gobierno del País Vasco. Los hechos se sucedían uno tras otro. Aquella fatídica tarde, por esa misma vía habían llamado para despedirse varios de los que allí estaban dispuestos a morir junto a Chávez. Recuerdo con exactitud lo que le dije ya de noche cuando le pedí que no se inmolara: que Allende no disponía de un solo soldado para resistir y él en cambio contaba con miles.

En nuestro diálogo telefónico durante el acto de la Cumbre de los Pueblos, traté de añadirle que morir para no caer prisionero —como me ocurrió una vez y estuve a punto de serlo nuevamente antes de llegar a las montañas— era una forma de morir con dignidad. Yo había afirmado lo mismo que él dijo: que Allende murió combatiendo.

De un balazo en la barbilla, dirigido al cráneo, sobrevivió uno de los generales más gloriosos de nuestras guerras de independencia, Calixto García Íñiguez. Su madre, que no creía la noticia de que su hijo estuviera prisionero, al conocer toda la verdad, exclamó con orgullo: ¡ese sí es mi hijo!

Tal idea quise transmitirle por el teléfono celular sin amplificador, que esta vez portaba Lage, Secretario del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros de Cuba. Chávez apenas podía oír mis palabras, como ocurrió también con la orden de callarse que le espetó el Rey de España.

En ese instante del acto llegó Evo, genuino indio aymara, que también habló, como lo hizo Daniel, en cuyo rostro Chávez ob-servó, con razón, rasgos mayas.

Estoy de acuerdo con él cuando afirmó que soy una extraña mezcla de razas. Tengo sangre taína, canaria, celta y quién sabe cuántas más.

Estaba impaciente por escucharlos de nuevo a los tres. Antes dije: ¡Vivan los miles de chilenos que murieron combatiendo contra la tiranía impuesta por el imperialismo! Y concluí proclamando junto a Chávez la consigna bolivariana, guevarista y cubana de: "Patria, Socialismo o Muerte" ¡Venceremos!

Ayer lunes 12 escuché a través de una conocida emisora privada de televisión venezolana, al servicio del imperio, una declaración y un discurso elaborados de punta a cabo por la Embajada de Estados Unidos. ¡Qué hueco y ridículo sonaba todo frente al discurso vibrante de Chávez en el debate!

¡Gloria al Bravo Pueblo que el yugo lanzó!

¡Viva Hugo Rafael Chávez!

Fidel Castro Ruz

Noviembre 18 de 2007

3 y 16 p.m.